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Estoy casi segura que te ha pasado al menos una vez estar de pie frente al mar, y simplemente contemplar, sentirte tan presente que no hay más que mirar la inmensidad del océano y sentirte parte de esa perfección, de la brisa en tu rostro, el sonido del viento en tus oídos, del aire moviendo libremente tu cabello, de la temperatura del ambiente, de tus pies bien arraigados a la arena y el agua refrescante, de los tonos de azúl, de esa profundidad que parece ilimitada, de la unión del mar con el cielo a simple vista, del ritmo armónico de las olas, yendo y viniendo, sin prisa, sin pretender, simplemente sucediendo y de repente, ver suceder los cambios repentinos de oleaje, a veces las olas vienen con más fuerza que otras, hay cambios de marea, de aire, de rumbo.
Somos muy similares al océano, y su fluir es como el fluir de nuestra propia respiración, infinita, puede ser expansiva y llenarte de calma o agitada hacerte sentir en confusión, sin embargo nunca detiene su flujo.
Cuando haces un pausa y te permites escuchar tu respiración, sentirás que es el mismo ritmo del océano dentro de tí, fluyendo. Incluso podrías ahora mismo darte esta pausa: inhala y exhala profundamente.
¿Alguna vez has visto el mar quedarse estático? no puede, está hecho para fluir, tu mismo estás hecho para fluir, cuando sientas que estás estancado, retoma una respiración larga y profunda y entrégate de nuevo al fluir de la misma vida.
Quizá no sepas a dónde te llevará el oleaje, y realmente no necesitas “saber” sino más bien entregarte al flujo de la vida y confiar que estás justo en el lugar en el que necesitas estar, haciendo lo indicado.
Con amor,
Param Gian Kaur